viernes, 15 de abril de 2016

Restaurante BAOBAB

Sean realistas, pidan lo imposible 

Crítica sobre un espacio de diseño: restaurante vegetariano ‘El Baobab’ -Zaragoza- . Javier Camón 


Bueno, bonito, y ¿barato? Es quizá la pregunta más obvia que de forma espontánea surge en la mente del viandante mientras camina plácidamente por una bocacalle de la plaza San Francisco, Zaragoza, tras una cena apacible en El Baobab. Y, paradójicamente, la respuesta no es tan obvia. 
Siempre es gratificante disfrutar de un breve paseo nocturno por una zona tranquila, sobre todo cuando tiene uno el apetito bien apaciguado; ya se sabe, para bajar la comida. No es momento para reflexionar acerca del precio de la cena, sino para regocijarnos en un estado de bienestar tras saciar nuestra necesidad básica de forma tan placentera en un entorno cuidadosamente preparado para transmitir al protagonista todo su encanto. 
Nada más entrar en el local, uno ya se percata de que todo allí ha sido cuidado hasta el último detalle para que nada esté fuera de su sitio; o más bien, para que todo llame la atención con la misma intensidad. Unos vidrios transparentes monopieza ocupan la pared exterior en su totalidad, y en un primer momento podría uno temer por su intimidad, pero en seguida se olvida de ello para prestar atención a lo importante, lo que ha venido a hacer. Las estancias poseen una agradable estética que busca la simplicidad y la armonía a la vez que la originalidad, pues lo uno no quita lo otro, y anima al hambriento huésped a sospechar que no ha entrado en un restaurante cualquiera. No; aquí te vamos a tratar muy bien, parecen querer asegurar las bonitas plantas de hoja perenne, los bancos y sillas gruesamente acolchados, la madera cuidada y los colores alegres, dominantemente pastel. Queremos que te sientas en tu casa. Y los camareros comulgan con ello. 
La decoración artística, acorde a una cocina vegetariana con personalidad, hace de alguna forma honor a la naturaleza y al respeto al medio ambiente, si bien es algo que suele estar ligado a este sector de consumidores. Posee un mosaico de cuadros con motivos naturalistas de la artista zaragozana Pilar Hernández, y otros creados por el personal de El Baobab influenciados enormemente por el arte pop que no desentonan para nada en el marco moderno que caracteriza al espacio. 
Las cartas y los menús tienen, de la misma guisa, la marca de la casa. El diseño gráfico ha sido elaborado en su totalidad por los trabajadores del restaurante, y redunda en la simpleza y los colores pastel, con gustosos motivos de frutas y verduras minimalistas y suculentos aforismos atrevidos y más o menos reivindicativos, al menos para lo que podría esperarse de un restaurante. El arte pop, de nuevo, ebulle salpicando de salsa de zanahoria y aguacate paredes, mesas y platos, creando una atmósfera positiva con olor a zumo de frutas. 
En el diseño de los platos culinarios es donde más esmero y libertad creativa se percibe. Después de todo, es lo importante, ¿no? Parece como si su leitmotiv, el que sugerentemente ha dado cabecera a estas letras, estuviera a su alcance todos los días. El trabajo con las crudas cualidades de los vegetales y sus condimentos lleva al degustador a arquear una ceja y preguntarse por qué tuvo que sufrir tantos años de su juventud con los platos de verduras de sus progenitores, pudiendo haber sido tan sabrosos como los que aquí le presentan, como si los hubieran compuesto sin apenas esfuerzo. Los veganos más puristas, los haters del mundo vegetariano, remarcarán sin embargo, y con razón, que se hace un enorme uso del queso y la nata en gran parte de sus productos, siendo esta sin duda una de las claves para conseguir sabores tan aceptados universalmente por carnívoros u omnívoros evitando así la carne o el pescado. En cualquier caso, uno en seguida llega a la conclusión de que abonar el precio de los menús (unos 9-12 euros al mediodía) y de la cena (16-20 euros) no es algo que se haga a desgana: puedes ver, palpar, oler y degustar dónde está eso que estás pagando. De modo que sí, la regla de las tres B se cumple, en el humilde parecer de un servidor.
Y finalmente, después de semejante travesía entre hortalizas y verduras, llegamos, querido lector, a lo que te venía a contar. Yo soy de la opinión de que, en el mundo en general, los postres están sobrevalorados; el chocolate, soberbiamente idolatrado; las tartas, refritas en exceso. Cualquiera sabe hacer postres ricos. Pero el equipo creativo escondido detrás de la carta de guindas de este establecimiento se las ha ingeniado para llevar nuestros ojos y sobre todo nuestras papilas gustativas a otro nivel, sin desestimar el famoso lo bueno, si breve, dos veces bueno, sin que el postre resulte copioso, pues es eso: la guinda a un pastel cuidadosamente construido tanto compositiva como gastronómicamente que a muchos, dadas sus materias primas, sorprenderá. Se acabó el carca a mí, donde esté un buen chuletón... 

  







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